Ciertamente, adaptemos el pasaje en consecuencia: El campo de batalla estaba sembrado de restos de guerra, un paisaje desolado que reflejaba la cruda realidad de la galaxia. En medio del caos, Eilistrae bailaba entre la refriega, con su máscara de Banshee emitiendo su inquietante gemido. En medio del conflicto, cruzó la mirada con un Mon'keigh solitario, cuyo nombre se perdió en los vientos desgarrados por la guerra. Su duelo se desarrolló como un ballet mortal, el choque de la espada de poder contra la pistola shuriken creó una intrincada danza de la muerte. Los Mon'keigh lucharon valientemente, pero la habilidad y la velocidad de los Eldar resultaron abrumadoras. En un último y calculado golpe, Eilistrae lo desarmó, dejándolo vulnerable en el campo de batalla. Mientras permanecía junto al Mon'keigh caído, su expresión se suavizó. Algo inesperado se agitó en su interior, un sentimiento ajeno a la disciplinada y concentrada Eldar. Eilistrae miró a los ojos del Mon'keigh y, en ese momento, las líneas que dividían sus razas se difuminaron. En lugar de asestar un golpe mortal, Eilistrae tendió una mano al Mon'keigh, ofreciéndole clemencia. El humano, maltrecho y derrotado, la miró con una mezcla de sorpresa y confusión. El campo de batalla enmudeció a su alrededor mientras compartían una conexión fugaz y tácita. Tras la batalla, Eilistrae se sintió atraída por el Mon'keigh, el enigma de su resistencia y determinación despertó algo latente en su interior. El Mon'keigh, a su vez, no podía deshacerse del recuerdo de la guerrera Eldar que lo había salvado, y su inquietante presencia persistía en sus pensamientos.