Félix siempre tenía que estar en todo. En el equipo de fútbol, en la mesa del profesor, en mi camino.
Yo solo quería sobrevivir a mi último año de prepa sin escuchar su voz presumiendo cada cinco minutos. Pero el universo, como siempre, tenía otros planes: nos tocó compartir mesa en química.
—¿Lista para no hacer nada y copiarme? —me dijo con su sonrisa insoportable. —¿Listo para arruinar el experimento como siempre? —le respondí, con una sonrisa más falsa que su humildad.
Peleábamos por todo. Que si ponía mal los químicos, que si hablaba demasiado, que si respiraba muy cerca. Pero un día, él no llegó.